Más de 300 ballenas mueren varadas en una playa de Nueva Zelanda

10 febrero, 2017 • Nueva Zelanda
Más de 300 ballenas mueren varadas en una playa de Nueva Zelanda

Al menos 416 ballenas quedaron varadas en una playa de Nueva Zelanda y unas 300 de ellas murieron en uno de los peores encallamientos de cetáceos jamás visto, según describen las autoridades locales. Medio millar de voluntarios llegaron a la costa con intención de rescatar a estos mamíferos, pero ya una buena parte de ellos había perdido la vida y fue demasiado tarde para la mayoría.

La playa Farewell Spit se había convertido en cementerio de alrededor de 300 ballenas piloto, mientras que los desesperados voluntarios luchaban por salvar de alguna forma a las más de cien que aún quedaban con vida.

Quien se encontrara este viernes en Farewell Spit no olvidará nunca la imagen de esos poderosos animales negros, muchos de 280 libras de peso y de hasta ocho metros de largo.

“Es una de las cosas más trágicas que he visto nunca. Tantos seres tan delicados que ahora están tirados en la playa como si fueran basura”, dijo Peter Wiles, uno de los primeros voluntarios que llegaron al lugar.

Estos casos se producen continuamente en las costas de todo el mundo, desde Australia hasta Florida, pasando por la Patagonia, pero hacía mucho tiempo que no ocurría de forma tan masiva. En Nueva Zelanda, un país en el que sucede relativamente a menudo, hay que remontarse a 1985 para encontrar una catástrofe similar.

Aquel año quedaron aún más ballenas varadas, en concreto 450. El Departamento de Conservación (DOC) del país contó este viernes 416 ejemplares en Farewell Spit. Los intentos por devolver a los animales al mar tuvieron muy poco éxito: de las 120 ballenas que los voluntarios consiguieron devolver al agua, más de la mitad volvieron a la playa, nadie sabe por qué.

Después los voluntarios se conformaron con cubrir a los animales con toallas húmedas y verter agua de mar sobre ellos para tratar de mantenerlos fríos y lo suficientemente húmedos y protegerlos del sol. Algunos acariciaban a los animales, incluso había quien les cantaba, mientras esperaban a la siguiente marea.

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